Prólogo a edición de Almenara, 2019.
Solo te diré que no me creo el más desdichado de los hombres, ni tampoco me cuento en el número de los felices, sino solamente en el de los que participan de las cualidades de ambos.[1]
Lo ocurrido en los años en que se escribió este libro se organiza en el caos de la memoria en dos polos sin dialéctica visible: la fiesta y el trauma. La fiesta, callejera y ecuménica, celebraba nuestras salidas de una serie de encierros. Los lugares comunes de su historia funesta son conocidos: el despacho del psiquiatra, el manicomio, la cárcel, la angustia maternal y la condena del padre. Por otra parte, el trauma fue un duelo sin tregua, cuando un mal espantoso resumido en siglas muertas, SIDA, aniquilaba nuestra tribu, condenada al encierro del hospital y en la mayoría de los casos, a la urna cineraria. En ese trance leía a Casal y sus representaciones de la enfermedad, buscando en sus ordalías el hilo de la mía. Gracias al trabajo pionero de Eve Sedgwick, empecé a entender los puntos de contacto entre la enfermedad representada por Casal y su erotismo “perentorio y decisivo”. [2]
Se paliaba entonces el horror de la epidemia con las simpatías de la investigación, la solidaridad del activismo, el cariño de la mano extendida del amigo. En CLAGS [Center for Lesbian and Gay Studies], organizábamos charlas y simposios; se debatía con energía y convicción, a veces con furia, la pertinencia de los nombres heredados para definir nuestras identidades. Se proponían y se cuestionaban nuevos términos. [3] Algunos de los individuos que dieron voz a esos debates han desaparecido; otros/as fueron añadiendo sus esfuerzos a una bibliografía ilustre, que sigue ampliándose. Hoy día se celebran victorias y se enfrentan otros horrores en un ambiente muy diferente del de aquellos años. Para esta edición he hecho correcciones y añadido algunos títulos a la bibliografía, pero no se trata de actualizar una lectura que se hizo en un contexto pasado. Sin embargo, gracias en parte a las rutas recorridas, hoy se reconoce mejor el carácter precursor de Casal. Se vislumbra su sombra en la labor de paseantes de mirada ávida, atentos menos al fulgor de los centros que a las penumbras de sus orillas.
Para Enrique José Varona, crítico y maestro insigne, los artefactos en la poesía de Casal “no pertenecen a nuestra historia”.[4] Varona sabía que sin afirmaciones de pertenencia y exclusión, centros y periferias, compromisos y evasiones, no hay república. En uno de sus márgenes, inscribió Casal, con la energía de un titán, las sinuosidades de su arte. A estas alturas, no vale la pena empujar su legado hacia una zona más céntrica de cualquier andamiaje nacional y erigir el busto que nunca tuvo en el parquecito ameno. Casal aún “resulta poco útil para los ideólogos, y ahí está su principal valor”. [5]
Cuando escribí este libro, no tenía acceso a la correspondencia inédita, publicada en 2017, que añade otra vuelta de tuerca a la imagen que tenemos de Casal. En varias cartas a su amiga Magdalena Peñarredonda, exiliada en New York, Casal incluye detalles sobre sus planes de viajar a esa ciudad, aprender el oficio de tabaquero y conseguir hospedaje. En una carta del 9 de septiembre 9 de 1889, escribe:
Lo único que me consolaría, en estos tiempos, sería irme a Nueva York, donde tengo siempre fijo el pensamiento. Si usted me asegura que en quince días o en un mes puedo aprender a torcer y enseguida me coloca en una fábrica, tomo el vapor y me marcho a esa con lo suficiente para pasar el mes. Dígame si usted conoce alguno que me pueda enseñar y si es fácil hallar una casa donde me tengan por 20 pesos al mes. Ahora tengo ropa y no temo al invierno. En caso afirmativo contésteme si me puedo embarcar el 20 de este mes, día de la salida del vapor español (42).
Magdalena Peñarredonda se destacó en la lucha independentista en diversos frentes y llegó a ocupar el cargo de Delegada del Partido Revolucionario Cubano en Pinar del Río.[6] En la correspondencia con su “buena e incomparable amiga”, la “General Llellena”, como la llamaban, Casal comparte la “repugnancia” de Maceo por lo que lo rodea, no solo porque tiene “enferma la sensibilidad” sino también porque reconoce “la desgracias” de la patria.[7] Por eso está dispuesto a enfrentar los rigores del exilio junto a su amiga, “aprender el inglés” dice, y torcer tabacos (Epistolario 40). La imagen de Casal torcedor en la tabaquería del barrio neoyorquino es tan insólita y tan pertinente como la de Elena en su museo, “indiferente a lo que en torno pasa,” importada a Cuba, donde contempla “las torres de Ilión, escombros hechas”.[8]
A pesar de su resignación durante las curas horrendas y de su gratitud por su remedio pasajero, a Casal lo traicionó su cuerpo. Murió en la sobremesa habanera, “en una verdadera catarata de sangre”,[9] una escena conocida pero que todavía horroriza, como horrorizó a su amiga Magdalena, que escribe a Carmela, hermana de Casal, cuatro días después de la muerte del escritor: “Yo no puedo pintarte lo que pasó entonces en esta casa” (Epistolario 283). Casal sí pudo pintarlo, en la profecía insólita de su “Horridum Somnium”:
…yo sentí deshacerse mis miembros,
entre chorros de sangre violácea,
sobre capas humeantes de cieno,
en viscoso licor amarillo
que goteaban mis lívidos huesos. (188)
Habla el “yo” de un muerto, que transforma la corrupción del cuerpo, el suyo y el de todos, en visión fulgente, más fuerte y duradera que los diversos casilleros donde se ha situado a Casal y su obra. Por ella pasan el nihilista desdichado, el amigo querido, el payaso cuya “vida íntima” conoce, la Gorgona de mirada letal, el cuervo ávido del sexo, el joven lector de Baudelaire que comparte la alameda con “pálidos seres de sonrisa mustia”,[10] figuras suyas pero que no lo definen porque él mismo es plural, huidizo y seductor.
* * *
Agradezco a Julio Ramos su amistad, sus comentarios sagaces y su gestión para que se reeditara este libro; a Waldo Pérez Cino, editor en Almenara, su simpatía y profesionalismo. Mi gratitud va de nuevo a Iris Zavala, directora en Rodopi, que publicó la primera edición.
Oscar J. Montero
New York, 25 de marzo, 2019.
[1] Carta de Casal a su hermana Carmela Casal de Peláez, febrero 26 de 1893, Epistolario (Almenara, 2017) 21. Se citará de Epistolario en el texto por número de página entre paréntesis.
[2]Lezama, “Julián del Casal”, Obras completa 73.
[3] En 1991 Martin Duberman fundó El Center for Lesbian and Gay Studies en el Graduate Center de la City University of New York. Fui miembro de su junta directiva de 1992 a 1999, y co-organizador de dos congresos internacionales: Crossing National and Sexual Borders. Latino/a and Latin American Lesbian, Gay, Bisexual and Transgender Conference, October 3-5, 1996; y Crossing Borders ’99: Latino/a and Latin American Lesbian and Gay Testimony. Autobiography/ Self-Figuration, March 11-13, 1999.
[4] Varona, "Hojas al viento: Primeras poesías. Por Julián del Casal". La Habana Elegante (junio 1, 1890). En Prosas 1:26-29 y en Glickman, The Poetry of Julián del Casal 2: 421-423.
[5] Antonio José Ponte, El libro perdido de los origenistas 10.
[6] Prados-Torreira, Mambisas 114-117.
[7] Sobre Casal y Maceo, ver de Armas 129-133; y Montero, “Casal y Maceo en La Habana elegante.”
[8] “Elena”, Nieve, en Glickman, The Poetry of Julián del Casal, 1.118. Todas las citas de la poesía remiten a esta edición.
[9]Según el testimonio del Dr. Santos de Lamadrid, en cuya casa murió su amigo Casal. Epistolario 281.
[10] “Las alamedas”, Rimas, The Poetry of Julián del Casal 223.
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